manocruel ©

23.1.07

Escuchar la palabra y no atender al ínfimo palpitar de la voz que la pronuncia. Perderse el acorde desgarrado de un adiós cualquiera en una estación de tren, una exhalación, un nunca vuelvas o un gracias lanzado al aire como quien desecha un cartón vacío. No sentir la piel estremecerse, el espasmo imperceptible y cotidiano de los cuerpos que se tocan. No atrapar el destello en la mirada fortuita, la opacidad inerme del tiempo en sus pupilas. Ignorar la renguera de un corazón mutilado de latires, la mueca distraída de la imbecilidad mejor lograda.

Deberían ser pecado estos olvidos. Condenada la torpeza de sucumbir a esa impresión precaria y obvia. El cuerpo habla y calla lo que le pasa al hombre, y la palabra no conoce de buenos entendidos. Adolece la falta de significados que en el cuerpo abundan. Siempre difiere lo que se dice de lo que se escucha, y las dos cosas difieren al unísono de lo que realmente pasa.

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nunca se lo dije, pero este texto nació cierta vez, segundos después de una conversación telefínica trasandina y hoy lo traigo del cajón en donde estaba porque me gustó lo que escribió.

2 Comments:

Blogger Lis said...

permanecer entre tanta vida, persistir cerca o lejos,
susurrar, escribir
encontrarse...

beso

12:56 p. m.  
Blogger bonhamled said...

El olvido estraga más que el agua al hacer barrancos y cascadas.
La palabra, a veces, tiene un hueco interior más peligroso que la dinamita: el olvido.
Raspa, araña, agrede, esclerotiza es incisa siendo roma.
Un desastre que habría que tratar con mucho cuidado.

Enhorabuena por el blog, alquimista de las peligrosísimas palabras.

7:35 a. m.  

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