manocruel ©

9.11.04

LAS PALABRAS Y SUS MOSCAS

Se me humedecieron como galletas olvidadas fuera del frasco, o dentro del frasco, pero con la tapa abierta, o sin la tapa, para ser más precisos, porque las tapas no son capaces de abrirse o cerrarse por sí mismas (hasta donde sé), sino, más bien (diría osvaldo laport), son los frascos quienes gracias a sus (de ellas, las tapas) descerebrados servicios y a la acción de un agente externo, como bien podría ser una mano, un dedo o un golpe de viento, y dependiendo de las circunstancias, se abren o cierran, con el objeto de satisfacer alguna necesidad o porque sí y basta.

El hecho es que con la tapa o sin ella, en el frasco o fuera de él, las palabras ya no son lo que solían ser -crocantes galletas- sino c(u)asi puré(s), y esto no tiene por qué ser (no necesariamente) negativo, para no decir malo, que es una palabra que no me gusta, igual que bueno, por decir una más. Una galleta humedecida es desagradable para algunos seres (humanos, por ejemplo), pero apetitosa para otros (yo, digamos). Por eso es que me paso los días destapando frascos con galletas toda vez que los encuentro cerrados o, lo que es casi lo mismo, tapados. También me la paso matando moscas y no digo nada, o mejor sí digo, porque cuando uno calla o empieza callando, la posibilidad de que el silencio se imponga por períodos prolongados y vaya trascendiendo los minutos, los días y así, hasta transformarse en arenas movedizas, es una amenaza real.

Hay silencios que se parecen a perros muertos, pienso, y no sé bien por qué.
Luego escribo.