manocruel ©

26.8.04

CIRCUNFERENCIA

Había una vez un hombre que con la mirada recorría los balcones buscando flores carmesí que le cayeran sobre los párpados como lluvias de besos de labios de las mujeres que nunca tendría.

Salía de noche a disputarse las montañas de podredumbre con los perros abandonados de todo desde siempre y regresaba a casa de madrugada, sucio, despellejado y muerto de frío, a reencontrarse consigo mismo y con esa soledad que lo guardaba como un ángel, pero que a menudo lo dejaba por algún otro o tarareaba canciones idiotas o compraba revistas que no leería queriendo matar el tiempo hasta que él volviese.

Pero el tiempo es un highlander que no muere por más que insista en suicidarse. Por eso transcurría a pesar suyo (de ambos), que no hacía distinta cosa que mirarlo transcurrir, rigurosamente contabilizado en horas y minutos, aunque no fuera más que por saber cuando acostarse y cuando levantarse para mirar pasar los minutos y los segundos.

Era obsesivo al punto de no soportar que los cordones de la vereda estuvieran siempre desatados y con meticuloso empeño los anudaba en sueños, noche tras noche, y al terminar fumaba sentado sobre alguno de los tantos nudos que había hecho y con la mirada recorría los balcones buscando flores carmesí que le cayeran sobre los párpados como lluvias de besos de labios de las mujeres que nunca tendría.